Desde el fondo del mar,
Un niño solitario te esperaba.
Lo decían incesantes las olas,
En los postes el viento lo gritaba.
Yo en la ciudad perdida errante y sonámbulo
Y tú en medio de densos bosquedales adormecidos.
De ello no nos dábamos cuenta, simplemente pasábamos.
Hacía falta que la falta hiciera sentir su peso inmensurable.
Que el óxido royera el acero irrompible de metálicos pilares.
Y que la lengua infinita del océano limara las negrecidas rocas.
Más allá del último, más cercano que contiguo, por encima del cielo.
Por debajo del fondo sumergido, más adentro aún que en el centro ígneo.
Por lejanos montes ateridos, llovidos de glaciares deambulábamos penitentes.
Nuestras lágrimas eran las de ciegos que caminaran sin cuidado ya sobre el mar.
Y bastaría que nos diéramos uno con el otro casi sin darnos cuenta.
En medio del silencio oscuro al que habíamos concurrido sin saberlo.
Sin más motivo que conocer el verdadero rostro del miedo iluminado.
Que sentir las tibias manos de nuestra la más elocuente alegría riendo.
Sólo por ser lo que fuimos, sólo por este momento eterno bajo el tibio sol.
Sólo por el permanente invierno de las almas iluminado en que nacíamos.
Y que vivíamos siempre, cada vez, sin futuro prometido, tendida la mano.
Elevada la torre a nuestra espalda, silente, alta como ese sueño guardado.
Para venir cayendo en medio del más brillante arcoíris, bordado de luces.
Rodeado de centellas vivientes, en el más esplendido paso al lado inicial.
Cual semilla que realiza su volátil primer y último viaje en pasos del aire.
Para guardarse en la más amada madre dulce y eterna.
Sólo por eso que yo decía ser o no ser, hacer, tener; o mejor simplemente.
Hallar el centro o alma
sentimental de todos los hechos y acontecimientos.
La emoción que se esconde como la semilla, o cuesco de la brillante fruta.
Y que le brinda su razón de existir en esta paradójica trascendente ilusión.
En que nos encontrábamos diariamente sin saberlo, sin vernos, sin oírnos.
Como un par de ciegos iluminados frente a dos mares distantes de pronto.
Sorprendidos en el acto de no
dudarlo nuevamente cuales restos de ciudades y de edificios.
Amor oscuroso decía, no es logro. ¿Más qué saben, de estas luces aquellos?
Luminuro decía entonces y es mi día y salía a nuestro encuentro entre los prados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes soñar algo a continuación: