SIEMPRE SEREMOS

NOSOTROS

martes, 2 de agosto de 2022

Y SI FUERA CIERTO

Y si no fuera cierto, que tus ojos desde más allá de las estepas luminosas, silenciosas. Que tu voz atravesando las ondulaciones infinitas. ¿Y si no fuera cierto? Qué quedaría de nuestros sueños en los cuales vemos las casas donde vivíamos entonces, y tratamos de recordar cómo eran, con respecto a cómo ahora se encuentran, recreándolas en la mente. Y al despertar reconocemos que ni uno ni otra era la forma real que conocimos. Entonces y en medio de la noche que cayera, como si un árbol en medio del desierto y de tus rutilantes demostraciones de sentir como desnudas formas del agua, como aquellas que conociéramos cuando en medio de una sonrisa de amor onduláramos sinuosamente y nos decíamos que sí, que seríamos capaces de compartir, que compartiríamos nuestras pequeñas porciones de soledad, de aquella desmantelada y sufriente, no de la de los tintes frecuentes en los afiches colgados y la de los circos. Y seríamos como sufrientes pero avergonzados, como si formas equidistantes desde cualquier fugaz relámpago y enceguecedor que nos hablara de nuestra casi triste nostalgia, que te diría, o como si casi si nada sucediera antes del medio día de las flores en torno a los humedales silentes y yo teniéndote en esa época en mis brazos como si fuera la última vez, o como si casi no te conociera, o como si fuera a perderte a cada momento en que la felicidad se fusionara con la lucedumbre. Con el sólido estar del estante y su mansedumbre en cada sitio de internet en que te hallara dormida en el árbol, o casi dormida, o como simulando estar, casi como sintiendo en un abrazar de ojos en que nos viéramos nuevamente en el silencio del mar en la noche, antes de la última madrugada o mañana fría en que el sol nos bañara como si naciéramos recientemente. Y yo te gritaba entonces silenciosamente. Ven, espérame aún más, ten un poco más rato mis pobres manos oscurecidas en medio de los arrozales, en su frescura horizontal y milenaria, no arrobes el alma en cada casa, en cada paradero de supermercado, o casi como tú sabes hacerlo, mantener en todas las habitaciones en que tu aísles, una cámara web, algo que muestre constantemente un detalle de ti, un ojo, una boca, ampliando la felicidad, por no decir la belleza, la suavidad de tu oscura y dulce piel. Yo tenía un sueño tú lo sabes, en en el éramos como si yo fuera blanco y tu negra, como si yo estuviera cerca y tu lejos o más bien dicho en los escaparates, de los que ya no se habla pues ya no existen, como si tu fueras joven y bella y yo transara las manantiales de cada indistancia acumulada y en el devenir de las rocas del medioevo. Como si te tuviera finalmente cerca y dispuesta, como hacíamos entonces, como tú no recuerdas, ¿recuerdas? Aunque sí, estabas también, no se puede decir, que no, no se puede indecir, porque nadie puede sustraerse siquiera al anonimato de la noche, esa de los fríos postes de luz, al sonambulismo de los vidrios húmedos de las casas ajenas y de los pisos altos donde no estas.

viernes, 17 de septiembre de 2021

DESDE EL FONDO DEL MAR

 

 

Desde el fondo del mar,

Un niño solitario te esperaba.

Lo decían incesantes las olas,

En los postes el viento lo gritaba.

 

 

Yo en la ciudad perdida errante y sonámbulo

Y tú en medio de densos bosquedales adormecidos.

 

 

De ello no nos dábamos cuenta, simplemente pasábamos.

Hacía falta que la falta hiciera sentir su peso inmensurable.

Que el óxido royera el acero irrompible de metálicos pilares.

Y que la lengua infinita del océano limara las negrecidas rocas.

 

Más allá del último, más cercano que contiguo, por encima del cielo.

Por debajo del fondo sumergido, más adentro aún que en el centro ígneo.

 

Por lejanos montes ateridos, llovidos de glaciares deambulábamos penitentes.

 

Nuestras lágrimas eran las de ciegos que caminaran sin cuidado ya sobre el mar.

 

Y bastaría que nos diéramos uno con el otro casi sin darnos cuenta.

En medio del silencio oscuro al que habíamos concurrido sin saberlo.

Sin más motivo que conocer el verdadero rostro del miedo iluminado.

Que sentir las tibias manos de nuestra la más elocuente alegría riendo.

 

 

Sólo por ser lo que fuimos, sólo por este momento eterno bajo el tibio sol.

Sólo por el permanente invierno de las almas iluminado en que nacíamos.

Y que vivíamos siempre, cada vez, sin futuro prometido, tendida la mano.

Elevada la torre a nuestra espalda, silente, alta como ese sueño guardado.

 

Para venir cayendo en medio del más brillante arcoíris, bordado de luces.

Rodeado de centellas vivientes, en el más esplendido paso al lado inicial.

Cual semilla que realiza su volátil primer y último viaje en pasos del aire.

Para guardarse en la más amada madre dulce y eterna.

 

 

Sólo por eso que yo decía ser o no ser, hacer, tener; o mejor simplemente.

Hallar el centro o alma sentimental de todos los hechos y acontecimientos.

La emoción que se esconde como la semilla, o cuesco de la brillante fruta.

Y que le brinda su razón de existir en esta paradójica trascendente ilusión.

En que nos encontrábamos diariamente sin saberlo, sin vernos, sin oírnos.

Como un par de ciegos iluminados frente a dos mares distantes de pronto.

Sorprendidos en el acto de no dudarlo nuevamente cuales restos de ciudades y de edificios.


Amor oscuroso decía, no es logro.  ¿Más qué saben, de estas luces aquellos?

 

Luminuro decía entonces y es mi día y salía a nuestro encuentro entre los prados.  

 

 

 

 

martes, 13 de abril de 2021

DIME QUE VES


 

 

 

Dime qué ves, dime si es el día o una cosa diferente, háblame de las palabras, si tienen sonido o si vibran como un color, y respecto a los caminos, si suben o si entran en espesuras vegetales.

 

Como amamos el agua, como amamos nuestra sed.

 

En el piso número uno del edificio más alto, con un letrero en blanco entre las manos, esperamos llover.

Esperamos descomponer la quinta partícula fundamental universal con la sal de nuestros cuerpos.

No tenemos más ojos ni manos por los que intercambiar los objetos que suben a mostrarse cada tarde por el lado sur del horizonte.

Y que existimos no en, sino al través.

 

 

 

¿Recuerdas cuando llegaste por primera vez? Venías con el número anotado en una mano, habías estado en el parque antes, pensando, esperando el instante adecuado, esperando que se te pasaran los nervios. El cielo estaba nublado ¿Lo recuerdas?

 

Como expectante, parecía que iba a llover en cualquier momento.

Las palomas del parque son lentas, tranquilas pero ágiles, se mueven como pedros en su casa (que en realidad lo es), por el piso de tierra endurecida y maicillo, se acercan a los bancos, se pasean al lado de tus pies inquietos.

 

¿Has leído de tus sueños a veces? 

¿Te has encontrado sentado largas horas en alguna esquina cerca de una casa, vagando por las aceras frente a las ventanas donde debe haber alguien que te conoce, en callejas solitarias bajo un débil sol de mediodía? SÍ, el ajetreo de la calle abajo es un perfecto reloj, así como el sol cuando no está nublado, se puede saber la hora según lo tupido de la gente, de doce a una es inconfundible.

 

De repente alguien alza la cabeza y dirige la vista justo hacía nosotros, eres tú con tu bolso mochila café afirmado al cuerpo con ambas manos, en actitud meditativa, no sabías que íbamos a estar mirando justo a esa esquina donde termina el parque claro, no demuestras sorpresa sin embargo al constatar el hecho; es posible que de esto nada nos deba sorprender, después de todo, en el fondo lo esperábamos, no hay asesinos en los parques, lo sabemos, las palomas pueden estar en paz, el ascensor con sus espejos te convierte en espectador de tu acontecer, tu quisiste que las cosas fueran así, alguien lo quiso.

 

viernes, 12 de junio de 2020

AZULADO


                                           AZULADO

Invadido por el azul, mis labios pregonan hechos aún pendientes de nuestro anteceder, y digo: Solo los árboles sueñan con su pequeño y denso atardecer; sólo las luces se encierran entre sus propios y oscuros matorrales y  sólo nuestro Estige es un río que nunca existió. 

Esas nuestras diminutas manos son nuestro exclusivo e imperecedero encantamiento al hablar, o baluarte también  dadas las consabidas ondulaciones y dicho está: “Nadie llora por estar libre del error, todo acto, es peso y contrapeso”.

Y yo, cadente, surgiente, en lo más alto sumido, en fin ensimismado también y  flameante y henchizado, porque no; de aquellas luces que tú también conoces, de esas dos formas de naturales y armadas fosforescencias, nocturmido y emergido. Invadido por el azul, azulmado; mis labios pregonando silencios proféticos.

Sólo las luces oscuras de los lagos hondos pueden contener toda aquella sabiduría de que tú hacías gala en los cañones montañosos, que insistías de ver en aquellas praderas verdes interminables de cielo, en aquellos profundos mares sin orillas en que avanzabas una a una con una luz en tu recuerdo.

Y yo aquí estoy para pedirte una vez más, ahora que tú eres, ahora, que la sombra nos cubre del estío, ahora que el sol es más abundante, y ahora que ni mi mal llamada mente puede interponer su manto, ahora es que estoy de frente, como siempre, como una selva en el centro de la tormenta, hundiendo mis raíces en el fondo de la arena, inamovilble, adormecido y despierto una vez más, como siempre, como un látigo, ya sabes.

No. No eran esos los tiempos de las auroras boreales, ni estaba en tus labios el fulgor de las luciérnagas lejanas, no eramos verdaderamente como nosotros entonces, sino en nuestros sueños.

Y yo, como sabes, no vendía más que plataformas de despegue desplegables, munificencias adentradas, especies de soportes insustanciales, lenguas, materias intraterrenas, silbidos de desierto. ¿Como querías entonces que fuese capaz tantas veces, de volver la vista atrás?

En el centro del mar hay una estatua, una figura sin forma y como un faro, que demanda nuestro barcos y nuestras cosntelaciónes, y yo camino lentamente, avanzamos comparablemente, aunque tu llevas una flor como un pájaro blanco.