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jueves, 30 de junio de 2011

VI COMO SE CERRABAN TUS OJOS


Vi Como se cerraban tus ojos, en el metro, vi como se cerraban lentamente, como quien mirara a un lago que se aleja, en el recuerdo; o como si mirase a la calle, a las casas de mi pueblo antiguo, borradas tras el manto lento de la lluvia, tras la sorda cortina de los días. Vi como trepabas a otro mundo y me consideré un elegido.

Nadie más te veía, nadie más se interesaba por tu patio de juegos, ni por tus luces tenues encendidas hasta tarde; cualquiera diría al pasar, cualquiera diría como hago yo desde esta vereda, que mientras te cepillabas largamente el pelo, frente a tu ventana del segundo piso, junto a la lámpara de luz amarilla, en el invierno de nuestra soledad; cuando cae espesa la lluvia desde temprano; cualquiera casi aseguraría que tu, en tu mundo cercano, alcanzabas a ver fugazmente mi imagen, detrás de los vidrios de un carro de metro, sin más tiempo para hablar; tu recuerdo pasaba y se confundía entonces con mi propia experiencia, en el lapso en que cerrabas lentamente tus ojos.

Y me dije, como si prometiera, que nunca más sería como esas aves insensibles de colores, que van por la calle sin darse cuenta del carrusel sonoro que tiembla; sin saber que tras de cada proyectarse de la mirada, por entre los puntiagudos y altos techos antiguos, un extraño mundo espeso como salido desde dentro mismo de la lluvia, cae interminablemente tanto afuera como dentro.

Y mi imagen borrosa desde la vereda de enfrente de tu ventana iluminada, se disuelve lentamente pasando a otro mundo y tiemblo.

Y es que entonces tuve miedo, pensé no sin razón que mentiría, que robaría en medio de la noche, que debería sentir vergüenza, que tendría que transitar una vez más todas las calles del olvido, oyendo en las campanas en la noche desolada, el sonido en el silencio, la palabra, el silencio de un hombre frente a si mismo.

Una ventana en medio de nada, lluvia a los dos lados, los vidrios nublados, el fulgor procede desde el interior.

Amor, tu esperabas, en tu mesa guardabas un plato y esperabas, la débil luz, el exiguo calor de la habitación era tu oferta, la luz del cuerpo que duerme entre bosques de antiguos y frondosos olivos, el sueño del que espera por siempre, del que teme solo a la falta absoluta del miedo.

Yo no seré un viajero que no acepta las dadivas, no seré un ciego entre las tumbas.

Despierto en medio de la noche junto a ti, te veo dormir como si nada, junto al mar, no puedo obviar el estruendo infinito de sus aguas.

Tu has tenido confianza con las olas, tu has ido a la escuela cuando ya no alumbra el sol, a buscar en un sueño los recuerdos perdidos.

Escuche ruido de trenes en la noche, y te lo dije; tu estabas a mi lado despierta, te conté como oía acercarse cada vez más el silbato lento y grave, te hable de como me daba cuenta de que en algún lugar cercano, lejanos trenes oscuros se agolpaban a esa hora oculta, en sus amplios y olvidados patios de descanso, como si de pesados objetos irreales se tratara, te referí acerca de como se reacomodaban, como se encajaban, de como se juntan amorosamente los carros entre si cuando no los vemos, golpeando pesadamente sus metales herrumbrosos en la oscuridad.

Me tomas de pronto por el hombro preocupada ¿Va pasando uno ahora? Me preguntas con los ojos como faros buscadores.

Y yo en la vía, me dejo mojar mientras te busco.

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